"La intensidad que ha cobrado este conflicto, logró interrumpir la dinámica parroquial de la conferencia mañanera", escribe Alberto Vizcarra.
Por Alberto Vizcarra Ozuna
El presidente Andrés Manuel López Obrador, por lo general, rehúye abordar los problemas internacionales que tienen un peso decisivo en el devenir de las naciones. En los asuntos internos, se siente holgado, con una seguridad parecida a la del presidente del Comisariado Ejidal que tiene control de la asamblea. Así luce en sus mañaneras, con la parsimonia que viene del sentimiento de control. Pero México se desplaza en un mundo descontrolado, en donde el riesgo de una guerra general, no ha logrado ser conjurado, por el contrario se intensifica con la crisis geopolítica en las fronteras entre Ucrania y Rusia.
La intensidad que ha cobrado este conflicto, logró interrumpir la dinámica parroquial de la conferencia mañanera de este martes 25 de enero. El presidente se vio obligado a referir la situación internacional. Los prolegómenos de guerra que se registran en Europa del este, como consecuencia de la reacción de Rusia al expansionismo de la OTAN -quien violando tratados internacionales- pretende meterse a Ucrania para ganar ventaja estratégica sobre la nación euroasiática. Apegado a su estilo, el presidente echa todo en el costal de la simplificación y la consigna denominativa. Al mismo tiempo que afirma que estos hechos hacen “evidente el fracaso en el mundo del modelo neoliberal”, desciende a la conclusión pueril de que la causa de todo es la corrupción. Luego deriva que México está a salvo de estos males, porque en su gobierno ya no se permite la corrupción.
Trivializar las implicaciones mundiales de este conflicto militar, como lo hace el presidente, acusa una falla conceptual. Denota ausencia del atrevimiento para comprenderlo y con ello el temor de asumir responsabilidades que podrían potenciar el papel de México en la contribución a la paz mundial y a los cambios sistémicos globales en el orden financiero, económico y comercial, requeridos para sacar al mundo de los carriles que lo conducen a la guerra y su concomitante desintegración económica.
Históricamente, las ofensivas belicistas son el último recurso para perpetuar formas de organización social o modelos económicos, cuya permanencia reclama procedimientos de exclusión social y despoblación comparables o peores a los ejercidos por el fascismo en la Europa de la Segunda Guerra Mundial. El mundo occidental ha sido sometido a las políticas neoliberales que denominativamente el presidente identifica, pero que conceptualmente no comprende. Desde las reformas económicas angloamericanas, que separaron al dólar del patrón oro, a principios de los años setenta, el sistema financiero internacional sufrió un giro que lo ha inclinado en forma creciente a privilegiar las actividades especulativas, cuyo crecimiento exponencial en valores de deuda, supera en cientos de veces el valor físico-productivo del Producto Interno Bruto global.
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La condición técnica de bancarrota en la que se encuentra el sistema financiero occidental, exige tasas de renta que resultan irreconciliables con el crecimiento económico de las naciones y su bienestar social. La mayoría de los países han sucumbido a estas políticas con los consecuentes resultados de ingobernabilidad e inconformidad popular. Países como China, de otra manera Rusia, por mencionar naciones con características de potencias, no han admitido estas políticas. El portentoso y admirable crecimiento de la economía China que en los últimos treinta años ha sacado a más de 800 millones de habitantes de la pobreza, no con programas de asistencialismo social, sino incorporándolos a procesos productivos que se dinamizan con el respaldo de un fuerte impulso a la infraestructura económica, a la ciencia y a la tecnología. Resultado elocuente de no admitir adherencia incondicional a las políticas económicas dominantes del mundo occidental.
A Rusia se le quieren imponer estas políticas y en la medida que no las acepta, los intereses financieros angloamericanos, la consideran un riesgo geopolítico, en tanto que ha funcionado como un factor de estabilidad y pacificación en el mundo, particularmente en Eurasia y en el Medio Oriente.
Es buen momento de que López Obrador reconsidere su adhesión incondicional al T-MEC y abandone la creencia ingenua, que le sembraron, de que México puede sacar ventajas del enfrentamiento geopolítico entre los Estados Unidos y China. México no debe contribuir a la desmesurada tensión internacional, cuando tiene una ubicación geográfica y una intimidad histórica con los Estados Unidos, para desempeñarse como fuerza convocante a una alianza de todas las américas con China y con Rusia. Se cuenta con la tradición para desempeñar una política exterior activa, que invoque el poder necesario que haga de la iniciativa China de desarrollo económico mundial, denominada la Franja y la Ruta, la referencia para reorganizar el sistema financiero internacional en bancarrota.
Ciudad Obregón Sonora, a 26 de enero de 2022
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