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marzo 15, 2022

Gabriela Mora Guillén

Gabriela Mora Guillén

  / domingo 13 de marzo de 2022
Sabemos la crítica situación que, en materia de violencia, persiste en el país desde hace ya muchos años. Muertos a diario por todos lados -colgados, decapitados, mujeres violadas, periodistas asesinados, crímenes a plena luz del día y, para las autoridades, no pasa nada…
No obstante, entre tanta mala noticia, habían sido pocos los espacios que se libraban de el caótico entorno, entre ellos, el futbol: la posibilidad de asistir al estadio con toda la familia era una de las pocas oportunidades para, en convivencia, disfrutar un partido; luego de los cruentos hechos ocurridos el pasado sábado, ya es también un peligro.
Lo cierto es que los eventos del sábado 5 de marzo en el estadio Corregidora, en Querétaro, es un síntoma grave de la profunda penetración que los grupos del crimen organizado han conquistado en casi todos los rincones del país.
Ahora observamos que los ingenuamente llamados “grupos de animación” son en realidad, como en Argentina o Brasil, barras bravas integradas no sólo por fanáticos entusiastas -que seguramente los hay-, pero también por grupos controlados por organizaciones criminales.
Hace algunos años y con el fin de brindar más emotividad a los partidos, diversos equipos contrataron a integrantes de las barras bravas argentinas para entrenar a sus grupos de animación: los grupos han ganado espacio y poder en las propias instituciones deportivas, y frecuentemente se han liado con algún grupo criminal; más aún, en algunos casos, son esos mismos grupos los que controlan e incluso son propietarios de esos equipos.
Inicialmente se habló del enfrentamiento entre dos Cárteles-Santa Rosa de Lima y Jalisco Nueva Generación-, y no es noticia que el enfrentamiento entre esos dos grupos criminales ha dejado miles de muertos en Guanajuato y otras zonas del Bajío; sin embargo, las autoridades han declarado no tener evidencia de que esto sea cierto: la verdad, las imágenes observadas el sábado con extrema brutalidad, son acciones propias de grupos criminales.
Por otro lado, vimos la omisión de las autoridades, no sólo la policía y la seguridad no intervinieron, fueron cómplices y parte del mecanismo de agresión dado que incluso abrieron puertas para que los grupos del Atlas fueran agredidos por los del Querétaro.
Con gran tristeza las imágenes nos asolarán durante años. Ante la impotencia y el terror causado por quienes -en un evento deportivo, y sin que la autoridad intentara evitarlo-, dejaron cuerpos desnudos, inertes y ensangrentados; ante el asombro y el miedo de hombres, mujeres y niños que presenciaban el desastre, aterrados, tratando de huir.
Ante la situación, a menudo nos planteamos esta pregunta, ¿es este el país que queremos? Lo ocurrido no solo en Querétaro, en toda la República en los últimos tiempos, es la radiografía de un Estado a punto de considerarse fallido, las dificultades que enfrentamos -como Estado-, no se limitan a la actuación de un gobierno, ni a la voluntad de un prejidente -Andrés López-, por fortuna, sujeto a término constitucional.
Recordemos sin embargo, que el Estado lo constituimos todos, tanto al gobierno como la sociedad civil, e integra tanto a los integrantes del Gobierno, como a los partidos políticos de oposición, a los seguidores del régimen y la sociedad civil en general, es por ello que la reconstrucción del tejido social nos compete a todos los mexicanos y no podemos permitirnos dejar de creer.
A través del tiempo y de los sucesos, hemos perdido la conciencia y no hemos sido capaces de dar relevancia a aspectos prioritarios que no traten de seguir acentuando la polarización que a diario se impulsa desde Palacio Nacional; sin embargo, no es este el país que queremos.
¿En verdad estamos satisfechos con la aferrada voluntad de un prejidente que no escucha? ¿Nos complace voltear a nuestro entorno y encontrar en ambiente de terror y muerte que hoy se vive en México? ¿Qué debemos hacer para reconstruir la Nación que anhelamos?
Hemos perdido la capacidad de asombro; eventos como el del pasado sábado advierten el nivel de inconciencia que prevalece en un gran número de mexicanos que se dejan llevar por la violencia y la sinrazón… Decepcionante realidad que enfrentamos pero que, en el ejemplo de la agraviada madre que ha acompañado a su hijo a entregarse a la autoridad y ha estado con él en estos difíciles momentos, nos deja la esperanza de que la sociedad mexicana aún puede rescatarse. De nosotros depende. ¡Así sea!

gamogui@hotmail.com

Sabemos la crítica situación que, en materia de violencia, persiste en el país desde hace ya muchos años. Muertos a diario por todos lados -colgados, decapitados, mujeres violadas, periodistas asesinados, crímenes a plena luz del día y, para las autoridades, no pasa nada…
No obstante, entre tanta mala noticia, habían sido pocos los espacios que se libraban de el caótico entorno, entre ellos, el futbol: la posibilidad de asistir al estadio con toda la familia era una de las pocas oportunidades para, en convivencia, disfrutar un partido; luego de los cruentos hechos ocurridos el pasado sábado, ya es también un peligro.
Lo cierto es que los eventos del sábado 5 de marzo en el estadio Corregidora, en Querétaro, es un síntoma grave de la profunda penetración que los grupos del crimen organizado han conquistado en casi todos los rincones del país.
Ahora observamos que los ingenuamente llamados “grupos de animación” son en realidad, como en Argentina o Brasil, barras bravas integradas no sólo por fanáticos entusiastas -que seguramente los hay-, pero también por grupos controlados por organizaciones criminales.
Hace algunos años y con el fin de brindar más emotividad a los partidos, diversos equipos contrataron a integrantes de las barras bravas argentinas para entrenar a sus grupos de animación: los grupos han ganado espacio y poder en las propias instituciones deportivas, y frecuentemente se han liado con algún grupo criminal; más aún, en algunos casos, son esos mismos grupos los que controlan e incluso son propietarios de esos equipos.
Inicialmente se habló del enfrentamiento entre dos Cárteles-Santa Rosa de Lima y Jalisco Nueva Generación-, y no es noticia que el enfrentamiento entre esos dos grupos criminales ha dejado miles de muertos en Guanajuato y otras zonas del Bajío; sin embargo, las autoridades han declarado no tener evidencia de que esto sea cierto: la verdad, las imágenes observadas el sábado con extrema brutalidad, son acciones propias de grupos criminales.
Por otro lado, vimos la omisión de las autoridades, no sólo la policía y la seguridad no intervinieron, fueron cómplices y parte del mecanismo de agresión dado que incluso abrieron puertas para que los grupos del Atlas fueran agredidos por los del Querétaro.
Con gran tristeza las imágenes nos asolarán durante años. Ante la impotencia y el terror causado por quienes -en un evento deportivo, y sin que la autoridad intentara evitarlo-, dejaron cuerpos desnudos, inertes y ensangrentados; ante el asombro y el miedo de hombres, mujeres y niños que presenciaban el desastre, aterrados, tratando de huir.
Ante la situación, a menudo nos planteamos esta pregunta, ¿es este el país que queremos? Lo ocurrido no solo en Querétaro, en toda la República en los últimos tiempos, es la radiografía de un Estado a punto de considerarse fallido, las dificultades que enfrentamos -como Estado-, no se limitan a la actuación de un gobierno, ni a la voluntad de un prejidente -Andrés López-, por fortuna, sujeto a término constitucional.
Recordemos sin embargo, que el Estado lo constituimos todos, tanto al gobierno como la sociedad civil, e integra tanto a los integrantes del Gobierno, como a los partidos políticos de oposición, a los seguidores del régimen y la sociedad civil en general, es por ello que la reconstrucción del tejido social nos compete a todos los mexicanos y no podemos permitirnos dejar de creer.
A través del tiempo y de los sucesos, hemos perdido la conciencia y no hemos sido capaces de dar relevancia a aspectos prioritarios que no traten de seguir acentuando la polarización que a diario se impulsa desde Palacio Nacional; sin embargo, no es este el país que queremos.
¿En verdad estamos satisfechos con la aferrada voluntad de un prejidente que no escucha? ¿Nos complace voltear a nuestro entorno y encontrar en ambiente de terror y muerte que hoy se vive en México? ¿Qué debemos hacer para reconstruir la Nación que anhelamos?
Hemos perdido la capacidad de asombro; eventos como el del pasado sábado advierten el nivel de inconciencia que prevalece en un gran número de mexicanos que se dejan llevar por la violencia y la sinrazón… Decepcionante realidad que enfrentamos pero que, en el ejemplo de la agraviada madre que ha acompañado a su hijo a entregarse a la autoridad y ha estado con él en estos difíciles momentos, nos deja la esperanza de que la sociedad mexicana aún puede rescatarse. De nosotros depende. ¡Así sea!

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